Una noche de fuego, bravura y emoción en Nules
Autor: torodigital -
La noche caía sobre Nules, pero la pasión taurina ardía con fuerza. En una plaza abarrotada, donde literalmente no cabía un alfiler, se vivió uno de los momentos más esperados de las fiestas de San Bartolomé: la embolada del astado de la ganadería Orive, hierro de reconocido prestigio por su línea de animales con temperamento, nobleza y espectacularidad en la calle. El ritual del fuego comenzó con la seriedad que exige la tradición. Las bolas fueron colocadas con precisión, y el toro, imponente en su presencia, aguardaba el momento de la suelta. Al abrirse el toril, el ejemplar salió con ímpetu, como si el fuego que coronaba sus astas le insuflara aún más vigor. Desde el primer instante, se mostró participativo, entrando con decisión a todos los quites, sin escatimar en entrega ni en emoción. El animal puso a prueba la pericia de los mozos, que supieron templar sus embestidas con valor y respeto. En cada arrancada, el toro dejaba destellos de bravura, mostrando fijeza en la mirada y nobleza en la embestida. No rehuyó ningún cite, y fue a todos con interés, como si entendiera que aquella noche era suya, que debía dejar huella en la memoria colectiva de la vila. Tras la lidia en la plaza, el toro emprendió su recorrido por las calles de Nules, manteniendo la misma intensidad que al inicio. Volvió al punto de partida con paso firme, sin perder la concentración ni la entrega. Su comportamiento fue ejemplar, demostrando que la bravura no está reñida con la nobleza. Los recortadores, conscientes del nivel del astado, ofrecieron quites de gran mérito, que fueron respondidos con arrancadas limpias y emocionantes. La plaza, encendida por la emoción, estalló en aplausos cada vez que el toro se arrancaba. El público, entregado, supo reconocer la calidad del animal y la entrega de los mozos. Al momento de ser encerrado, el astado fue despedido entre una ovación cerrada, como se despide a los grandes: con respeto, admiración y gratitud. Fue, sin duda, una velada de alta intensidad, donde la tradición, el fuego y la bravura se fundieron en una noche inolvidable.

La noche caía sobre Nules, pero la pasión taurina ardía con fuerza. En una plaza abarrotada, donde literalmente no cabía un alfiler, se vivió uno de los momentos más esperados de las fiestas de San Bartolomé: la embolada del astado de la ganadería Orive, hierro de reconocido prestigio por su línea de animales con temperamento, nobleza y espectacularidad en la calle. El ritual del fuego comenzó con la seriedad que exige la tradición. Las bolas fueron colocadas con precisión, y el toro, imponente en su presencia, aguardaba el momento de la suelta. Al abrirse el toril, el ejemplar salió con ímpetu, como si el fuego que coronaba sus astas le insuflara aún más vigor. Desde el primer instante, se mostró participativo, entrando con decisión a todos los quites, sin escatimar en entrega ni en emoción. El animal puso a prueba la pericia de los mozos, que supieron templar sus embestidas con valor y respeto. En cada arrancada, el toro dejaba destellos de bravura, mostrando fijeza en la mirada y nobleza en la embestida. No rehuyó ningún cite, y fue a todos con interés, como si entendiera que aquella noche era suya, que debía dejar huella en la memoria colectiva de la vila. Tras la lidia en la plaza, el toro emprendió su recorrido por las calles de Nules, manteniendo la misma intensidad que al inicio. Volvió al punto de partida con paso firme, sin perder la concentración ni la entrega. Su comportamiento fue ejemplar, demostrando que la bravura no está reñida con la nobleza. Los recortadores, conscientes del nivel del astado, ofrecieron quites de gran mérito, que fueron respondidos con arrancadas limpias y emocionantes. La plaza, encendida por la emoción, estalló en aplausos cada vez que el toro se arrancaba. El público, entregado, supo reconocer la calidad del animal y la entrega de los mozos. Al momento de ser encerrado, el astado fue despedido entre una ovación cerrada, como se despide a los grandes: con respeto, admiración y gratitud. Fue, sin duda, una velada de alta intensidad, donde la tradición, el fuego y la bravura se fundieron en una noche inolvidable.